Por Rocío Nogales Muriel_@gefiri
La economía social engloba una serie de organizaciones que buscan servir el interés de sus socios o de un grupo social mayor por encima de la generación de beneficios. Para conseguirlo la economía social se caracteriza por poner en marcha sistemas de gestión participativos que incluyen la toma democrática de decisiones. La economía social está presente en nuestro país desde hace más de un siglo, pero vivió un renacer a finales de la década de 1970. En el seno de esta forma de hacer economía surgen en torno a los años 90 unas dinámicas de cambio estructurales observables en toda Europa, que afectan tanto a organizaciones existentes en la economía social y solidaria como a nuevas organizaciones de reciente creación. Ya en aquella época, se comenzó a estudiar la evolución institucional de estas empresas de forma comparada en los quince países que por entonces constituían la UE, más tarde en los nuevos Estados miembros, hasta llegar al primer mapeo de la empresa social realizado en los 28 Estados miembros (más Suiza) en el año 2014.[1] Aunque lo más relevante de la empresa social no sean las fronteras precisas de su definición, sí resulta muy útil conocer los contornos que la distinguen del resto de organizaciones a la hora de comprender la contribución innovadora de una empresa como SMartIb.
Desde Bruselas se nos ofrece una definición que está muy en consonancia con otros intentos por aclarar el significado de empresa social. Según el ambicioso plan de apoyo a este tipo de empresa lanzado por la Comisión Europea en el año 2011, una empresa social es “un operador de la economía social cuyo objetivo principal es tener un impacto social en lugar de obtener un beneficio para sus propietarios o accionistas. Produce bienes y servicios para el mercado de forma innovadora y emprendedora y utiliza sus beneficios principalmente para lograr objetivos sociales. Se gestiona de forma abierta y responsable, implicando en particular a los trabajadores, consumidores y grupos de interés afectados por su actividad comercial.”[2] A pesar de la diferencia entre modelos existentes en distintas zonas geográficas, a medida que siguen apareciendo nuevas formas de empresa social estas siguen haciendo prueba de su capacidad para contribuir al interés general y el bien común de nuestra sociedad a través de su capacidad de dar respuesta a las consecuencias de problemas complejos que requieren de respuestas urgentes.
Más allá de los lugares comunes, el contexto europeo determina y determinará aún más en los próximos años muchos de los aspectos y recursos presentes en contextos nacionales, regionales y locales. En el caso específico de la empresa social, desde hace una década y más intensamente en los últimos cinco años, la Comisión y el Parlamento están prestando especial atención a su promoción, con sus aciertos y sus fallos. Es importante aclarar que mi concepción de “europeo” no se refiere únicamente al centro burocrático conocido como “Bruselas” sino que alude a una multitud de realidades de distinta escala territorial. Así, “Europa” se erige cada vez más en un rico paisaje de regiones, ciudades, pueblos y zonas rurales que comparten con otras unidades similares en otros países más de lo que comparten con unidades dentro de sus propias fronteras nacionales.
Observar ese paisaje europeo con esa nueva mirada nos permite darnos cuenta de que Europa cuenta con una tradición en economía social cuyos rasgos principales son compartidos por casi todos los Estados miembros, más allá de las naturales idiosincrasias nacionales y las evoluciones específicas. Esta constatación debería constituir un empuje que nos lleve a aglutinar fuerzas y articular las distintas voces que se erigen desde la economía social, incluyendo las cooperativas, las asociaciones, las empresas sociales, etc. en mensajes nítidos que les permitan colmar su potencial.
El lanzamiento de SMart Ibérica (SMartIb) en abril de 2013 representó un hito múltiple tanto a nivel nacional como europeo. Constituida como cooperativa sin ánimo de lucro, SMartIb ofrece de facto una “estructura paraguas” para los profesionales de los sectores relacionados con la cultura y la creación en general. Considerada desde el principio una empresa social, su llegada al sector de la cultura y la creación en España vaticinaba cambios que serían posibles gracias a las características que comparten la cultura y la economía social como su enraizamiento en los territorios, su capacidad de movilizar recursos de distinta naturaleza o su resiliencia.
En este particular cruce de caminos, una mirada al resto de Europa nos revela que la cultura comienza a ser un campo muy fructífero para el desarrollo de la empresa social. Más allá de los sectores culturales donde tradicionalmente se han creado más empresas sociales (el arte, en especial las artes visuales y las escénicas, la educación cultural y artística, el artesanado y el sector de las editoriales y la ilustración), estamos viendo aparecer otras disciplinas a caballo entre disciplinas tradicionales y otras del todo innovadoras puestas en marcha por empresas sociales. Entre ellas se incluyen el turismo multicultural gestionado por comunidades locales, la gestión del patrimonio y la conservación, los procesos de dinamización ciudadana en torno a la cultura y lo que se denominan “productos multiculturales” que incluyen iniciativas que revisa la cocina, la moda, la planificación urbana, etc.
La manera en la que SMartIb se asegura de que estos nuevos nichos de creación cultural se desarrollen es luchando contra la intermitencia y la precariedad de un sector humana y económicamente esencial para nuestra sociedad. Hasta el momento, esta intermitencia ha conllevado casi sin remedio que nuestros creadores funcionen a menudo en la alegalidad (algunas veces incluso la ilegalidad) y en un contexto de economía informal. Justo en ese cruce es donde economía social y cultura logran finalmente darse la mano.
Y no es por casualidad que SMartIb haya sido capaz de atraer a más de 2.500 socios en tres años de existencia. Nuestro país cuenta con un extraordinario campo de cultivo y experimentación en cuanto a experiencia en economía social y, cada vez más, en empresa social. A la vez, hay que tomar consciencia de que esto también comporta el riesgo de una sobre-institucionalización o tendencia exacerbada al corporativismo basado en las fórmulas legales tradicionales que dificulte la viabilidad de posibles modelos alternativos de desarrollo de empresas sociales. Aquí es donde conviene recordar que el intercambio y diálogo continuo entre actores que representan distintas corrientes o tradiciones de empresa social es esencial para expandir los límites que encorsetan una realidad que ha superado las fronteras dentro de las cuales surgió. Esta capacidad de reinventar la manera en la que se colabora para alcanzar un desarrollo justo y equitativo como requisito para su sostenibilidad caracteriza a empresas sociales como SMartIb que a través de una lógica de mutualización de riesgos (es decir, compartiendo pérdidas y ganancias) busca reinventar las reglas del juego del arte y la cultura.
De hecho, la posibilidad de alcanzar un impacto de escala sistémica es el motor que inspira la plataforma europea SMartEu. En el caso concreto de SMart, de la respuesta a necesidades concretas se pasa a la acción coordinada de un sector para llegar a una dimensión sistémica que va de lo nacional a lo supranacional. Y así, SMartIb representa en el contexto español un ejemplo único de puesta en marcha de una iniciativa de raíces europeas en un Estado miembro de la Unión Europea con una combinación acertada de acción proveniente del mismo sector (bottom-up) y de acción política de arriba a abajo (top-down). Si bien las condiciones iniciales de creación de SMartIb pueden considerarse “ideales”, queda por probar la condición de la necesidad por parte del variopinto sector que conforma el público objetivo de la entidad, artistas y creadores. Basándonos en la experiencia de los países vecinos, alcanzar una “masa crítica” es fundamental para poder argumentar que el impacto de SMartIb puede alcanzar un nivel sectorial lo suficientemente sólido como para contribuir al futuro mismo del sector.
Si quieres seguir leyendo…
«La empresa social en la lucha contra la exclusión: Tres casos innovadores en el campo de la cultura», Revista Española del Tercer Sector, nº 17, 2011, p. 87-110.
“Tercer Sector y Crisis: Reflexiones sobre la situación actual y escenarios posibles”, Revista Española del Tercer Sector, nº 23, 2013, 99-122.
“Aparición y evolución de la empresa social en Europa”, Economía social, nº 39, 2007, pp 44-48.
[1] Este estudio se encuentra disponible en http://ec.europa.eu/social/main.jsp?langId=en&catId=89&newsId=2149. El próximo mes de diciembre se presentará la puesta al día de dicho mapeo en siete de los 29 países incluidos originalmente en el primer estudio, entre los que se encuentra España.
[2] Cf. SEC(2011)1278 disponible en inglés en http://ec.europa.eu/internal_market/social_business/docs/COM2011_682_en.pdf